Es común que a los melómanos nos enganche un grupo mucho más luego de verlo en vivo. A veces escuchas un disco una, dos, tres veces. Te puede gustar y te puede parecer incluso increíble pero se pierde entre la mente inquieta de quién está en una eterna búsqueda que comienza en una banda y se convierte en una madeja con un hilo interminable entre el disco solista del vocalista, el ex grupo del bajista, el trabajo paralelo del baterista o los álbumes de otras agrupaciones en los que trabajó el productor.
Todo esto para decir que la experiencia en vivo es insuperable. No hay duda de eso. Y en el caso de British Lion en su presentación en Chile, quedó plasmado que el directo de los ingleses supera con creces al impecable sonido de su único disco del 2012 y el adelanto de su segunda placa ofrecida este año y llamada Spit Fire.
Siendo la banda paralela de Steve Harris, bajista de Iron Maiden, British Lion no lucha en contra de ese estigma que puede ser un arma de doble filo. Y no lo hacen porque suenan diferente.
Ahora, cuando tienes una horda de seguidores que le prenden velas a Harris y tratas por error (I swear) de entrar al recinto antes de la hora estipulada para apertura de puertas a público, te arriesgas a cualquier cosa. Por suerte, esta vez sólo fueron un par de reclamos de los primeros fans en la fila que afirmaron encontrarse en el lugar desde las 6 de la mañana. Algunos dudaron de dicha afirmación. Yo personalmente confío en que Iron Maiden es más que una banda, una institución (en el buen sentido de la palabra) en todo el mundo y en Chile, después de un show saboteado por ser tildados de satánicos en 1992, luego de un complejo momento en 1996 con Blaze Bayley al frente de la doncella, en el que un escupitajo terminó desatando una guerra entre banda y público y posteriormente en una frustrada presentación en 1998 debido a la situación de Pinochet en Inglaterra, Iron Maiden mueve no sólo masas, corazones y billeteras en este país sino que se echa al bolsillo el Estadio Nacional y se da el lujo de venir las veces que se le plazca repletando el recinto.
Y Steve Harris es el corazón de Iron Maiden. Nadie le quita importancia al resto de los miembros, una agrupación es claramente un engranaje pero Harris es el motor y esta vez, lo tendríamos a tan sólo unos metros y no lo veríamos del tamaño de un dedo meñique, a diferencia de las veces que los de hierro han tocado en el Nacional. Una eminencia, con un estilo que puede gustar o no pero que ha patentado como pocos, dictando parámetros y convirtiéndose en una influencia para músicos a través de generaciones y estilos.
El show es precedido por dos bandas nacionales que bastante ruido están haciendo en la escena chilena: Cleaver y King of Liars. Ambas presentaciones fueron un bien recibido precalentamiento por la audiencia. Cleaver poderosísimos y rock and rolleros; King of Liars en una línea más experimental y ecléctica.
Sería maravilloso que las productoras nacionales otorgaran el espacio que las bandas nacionales merecen, con una prueba de sonido extendida, que les impida escucharse tan fuerte que algunos instrumentos se pierden y que el tocar con la banda de Steve Harris no se entienda como el único pago y casi a modo de favor a cambio del tremendo esfuerzo que implica montar un show, que no es llegar y pararse en el escenario, sino días y días de ensayo, trasteo de instrumentos, logística y hasta crisis nerviosas. Un rico catering no estaría nada de mal después de todo el estrés. Mínimo.
A las ocho de la noche, momento en el que British Lion hace su entrada en el escenario, el público no alcanza a repletar la cancha del Teatro Caupolicán pero son los die hard fans de Iron Maiden los que hacen que el lugar ruja y se sienta lleno a rabiar. También habría sido bonito bajar a los pocos presentes en las tribunas y tapar una ubicación que se veía prácticamente vacía.
Por supuesto que el bajo de Steve Harris suena poderosísimo pero no se come al resto de los instrumentos. El jefazo sabe de su importancia y su sello se siente grabado en el sonido de sus dos bandas, sin embargo ha aprendido a ensamblar su potencial al del resto de los músicos. Bruce Dickinson no ha escatimado en relatar lo que tuvo que luchar para neutralizar el ego del bajista, ya fuera a empujones arriba del escenario o a gritos fuera de éste.
El sonido, impecable, cada instrumento se distingue a la perfección. Grahame Leslie (guitarras) es puro carisma, el cantante, Richard Taylor, es un poco más bajo perfil pero capaz de encajar entre la fuerte presencia de Leslie y Steve Harris, cuyo estilo y energía se conserva intacta a través del paso de los años y qué grato resulta ver a una eminencia de este tipo en un recinto un poco más reducido y en un show más íntimo, punto que justamente el bajista ha destacado como uno de los aspectos que más lo llenan de este grupo.
Es así como British Lion se escucha como una gran banda, con un bajo increíble. No como el proyecto solista de Steve Harris. Sería muy fácil ser tragados por el papel de ‘la otra banda’, el rol del ‘grupo paralelo’, el estigma de ‘banda solista’, el monstruo de Iron Maiden; Eddie casi en persona y con esto, me refiero a su peso y trascendencia. Le pasó a David Duchovny con Mulder, le pasó a Mark Hamill con Luke Skywalker… por qué no ha de pasarle a British Lion? Porque British Lion ha logrado la mezcla perfecta para encantar a los fans de la doncella con temas como Us Against the World y a la vez, separarse de ella sabiamente, con una propuesta rockera y setentera, mucho más cercana a UFO, a Thin Lizzy o al Rainbow de Graham Bonet o Joe Lynn Turner.
Leones entre leones. La banda rugió en el escenario, el público bajo éste, logrando una sinergia que te llegaba a erizar los pelos. Up The Lions!