LA CULTURA DEL CASSETTE

Oímos mucho, escuchamos poco. Nuestra forma de apreciar la música ha cambiado. Si bien Spotify y las plataformas digitales han enriquecido nuestra base de datos en cuanto a bandas y dicha modalidad se presta para conocer y ahondar mucho más, la inmediatez propia del medio empapa todo con una fugacidad abrumadora.

Quizás voy a sonar ultra old school pero ‘en mi época’, (sí, como diría mi abuela), la música tenía un precio que la hacía escasa, poco alcanzable para una familia de clase media en la que comprar un cassette era un lujo. Mi papá tenía su colección de Serrat y Silvio Rodríguez. Mi mamá sus cintas de la Nueva Ola que se convirtieron en la banda sonora de todas las vacaciones: Leo Dan, Los Iracundos y The Ramblers; esas letras melosas y que a mi hermana y a mí nos parecían hilarantes y nos sabíamos de memoria.

El primer cassette que quise con el alma fue Get a Grip de Aerosmith. En plena época de MTV y Rock and Pop, había escuchado Cryin’ en alguna parte y no podía sacarla de mi cabeza. Obviamente, a mis papás, para quienes lo más ‘colérico’ era Soda Stereo, no les hacía ninguna gracia regalarle a su hijita de 11 años un disco con una portada donde figuraba la ubre de una vaca con un piercing y un tatuaje. Pero insistí y por cansancio yo creo, me lo compraron.

En ese momento mi vida cambió y comenzó una insaciable carrera por seguir coleccionando música, cosa que para todos los melómanos es un viaje que nunca termina, objeto de culto y ansiedad también, porque la música es un universo que parece infinito. A medida que pasa el tiempo, siempre surgen nuevos estilos, nuevas bandas; ‘la mato y aparece una mayor’.

Siguieron Led Zeppelin, Metallica, Guns N’Roses, Megadeth. Uno en cada cumpleaños, otro en Navidad y alguna ganga que encontraba de vez en cuando en Feria del Disco.

Como la música era escasa y costaba dinero, había mucho préstamo y también, digámoslo, piratería. Sin embargo, como buen pirata, existía un código de honor. Un cassette prestado se cuidaba, se replicaba, se devolvía y posteriormente se atesoraba lo re-grabado. Lo más top era tener un equipo de música con doble cassettera porque permitía realizar este tipo de transacciones. Además, un buen cassette pirata tenía una carátula que se fotocopiaba de la original o se imprimía en colores. Algunos las traficaban, para otros era solamente de consumo personal. Y como tal, uno tenía sus dealers, lugares donde las copias eran de buena calidad y a buen precio.

Pero más allá del ritual, había una cultura musical distinta. Como lo mencionaba en mi artículo sobre Get a Grip , el hecho de consumir música en cassette, te obligaba de cierta forma a escuchar todo el disco. No era fácil retroceder y avanzar para tocar una y otra vez la misma canción, así es que para llegar a ella tenías que pasar por el resto. No fuimos una generación de temas, sino una generación de discos.

La música estaba menos disponible que ahora. Si de verdad querías un álbum tenías que levantarte y ‘move your ass’. Ir a la tienda, preguntar por el disco, buscarlo para conseguirlo o bien, ver quién te lo podía prestar y darte el tiempo de copiarlo. La música requería tiempo para su consumo, reproducción y apreciación. Y por eso, creo que la valorábamos mucho más. Teníamos una visión romántica de la música porque obtenerla, implicaba ciertos sacrificios y los humanos parecemos apreciar mejor lo difícil, eso que nos ha costado.

Video Killed the Radio Star y hoy la playlist mató al ‘mix tape’, el bendito compilado en cassette. Máximo gesto romático a lo High Fidelity, una obra de éstas se realizaba siguiendo ciertas reglas, como bien lo describe Rob Gordon en dicha película. Requería tiempo, dedicación, buscar los temas dispersos en las diferentes cintas, juntarlos y grabarlos uno por uno para dar a luz a una nueva creación, compuesta por diversas canciones que adquirían vida propia.

Quienes somos de la vieja escuela conservamos el hábito de escuchar el disco completo pero creo que muchos debemos lidiar con la ansiedad de ir de artista en artista, el trabajo solista, el lado b inédito y nos enfrentamos a una oferta inmensa que a veces parece abrumadora.

No sé si les pasa a ustedes pero a ratos me cuesta lidiar con la avasalladora velocidad del día a día y dentro de esto, creo que las plataformas digitales nos han mal acostumbrado un poco a oír música en vez de escucharla. Nos podemos detener a revisar una banda o un proyecto solista, le damos una vuelta y si no nos gusta, click, lo cambiamos. Next.

Oímos, percibimos por medio del oído pero no escuchamos, no prestamos atención. La cultura del cassette nos enseñó a darle más valor a lo que pasaba por nuestros oídos. De una u otra manera, nos movimos para conseguirlo y nos costó una suma de dinero que siendo estudiantes, era cuantiosa. Por ende, quizás le dimos más oportunidades a ese álbum. Nos regalamos el tiempo de escucharlo varias veces.

Hoy, los discos están siempre disponibles, si quieres te saltas esos temas que no te gustan. Es más, puedes escuchar solamente la canción que te interesa en loop, una y otra vez. Las bandas están sacando más singles y mini eps que discos, el consumo se está haciendo de una manera fugaz y desechable.

No me quejo pero reflexiono. Muchas plataformas digitales esgrimen una hermosa democratización y tenemos la oportunidad de conocer una infinidad de estilos y detalles con tan solo un click.  A pesar de ello y habiendo nacido en la era del cassette, avanzado las canciones dando vueltas un lápiz entre uno de los orificios de la cinta, Spotify y el mundo digital parecen un lujo. Pero sin quererlo, nuestras vidas han cambiado también. Lo cierto es que sentarse a crear un mix tape también era un lujo.  Hoy con suerte tengo tiempo para ordenar mis playlists.

 

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